Ahora bien, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y devoto… Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Señor Soberano, como lo prometiste, ahora despides a tu siervo en paz. Porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo…” Lucas 2:25-32
Meditación:
¡Qué tremendo regalo se nos ha dado a todos! Dios todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra, envió a su Hijo unigénito, Jesucristo, a vivir entre nosotros, desde el más humilde de los comienzos, para que pudiera comprendernos: vivir, respirar, hablar, ver, tocar y morir como ¡nosotros!
¿Con qué frecuencia considera esto?
En estos versículos, Simeón, un hombre justo y piadoso, estaba adorando en el templo. Simeón no pudo haber sido consciente del nacimiento de Jesús; María y José llevaron a Jesús al templo y el Espíritu Santo ya lo había visitado. Al ver al bebé, Simeon inmediatamente se da cuenta de lo que está presenciando: la salvación de la humanidad.
Simeón no sabía nada de esto antes, ¿cómo podría? En ese momento, sin embargo, supo que era especial. Sabía que lo que estaba presenciando era un milagro, uno que cambiaría el mundo entero.
Fue elegido por el Espíritu Santo porque era un buen hombre; fue escogido porque Dios sabía que entendería; fue elegido porque era especial. Recuerden esto hermanos y hermanas: ¡todos somos especiales! ¡Nosotros también hemos sido elegidos! Debemos hacer lo que hizo Simeón: vivir con devoción, estar listos para traer luz al mundo y ser lo suficientemente valientes para seguir adelante.
Simeón trajo luz al mundo diciendo que Jesús traería luz al mundo. ¿Qué traemos?
Oración:
¡Amado Dios, portador de luz, anhelamos cantar tus alabanzas! Cada momento que estamos vivos es una bendición, un regalo tuyo, y oramos para que nos ayudes a trabajar incansablemente para traer luz al mundo. Te damos gracias, Dios nuestro, por los ejemplos de nuestros antepasados. Felicítelos por transmitir su palabra. ¡Condúcenos a la Tierra Prometida, donde todos los ciudadanos conocerán tu nombre y tu gloria! Porque aquí como en el Cielo, por los siglos de los siglos, oramos en el nombre de Jesús. ¡Amén!
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